sábado, 24 de enero de 2009

Sor Juana Inés de la Cruz: tres poemas

La poetisa más conocida de México tanto en el interior como en el exterior, sin demérito de otras poetisas magníficas que se han dado en el país, es Juana Inés Asbaje, mejor conocida como Sor Juana Inés de la Cruz tras haber tomado los hábitos monásticos, habiendo una universidad en México que lleva su nombre y cuya figura ha sido esencial en billetes de alta denominación.

Puesto que Juana Ines Asbaje era una joven muy atractiva que terminó recluyéndose en un monasterio:





en donde se distinguió más por sus haceres en el terreno intelectual que en el terreno religioso, es muy posible que ella haya buscado refugio en el convento no por una inclinación natural hacia a la vida monástica sino por un mal de amores exacerbado por el romanticismo propio de los mejores poetas, y algunos de sus versos sugieren la posibilidad de que en efecto esto fue así. El primer poema que reproduzco aquí nos parece dejar muy pocas dudas sobre la hipotesis de que el convento fue para Juana Inés Asbaje más un refugio para una pena amorosa que un acto de verdadera vocación religiosa:


Detente sombra
Sor Juana Ines de la Cruz


Detente, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.

Si al imán de tus gracias, atractivo,
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero
si has de burlarme luego fugitivo?

Mas blasonar no puedes, satisfecho,
de que triunfa de mí tu tiranía:
que aunque dejas burlado el lazo estrecho
que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.


Otro poema que sugiere en Sor Juana Inés de la Cruz una enorme decepción y desilusión con los hombres es el siguiente en el que destaca la ambivalencia del hombre que igual desprecia a una mujer que no ha sucumbido a sus requerimientos amorosos que a la misma mujer después de que ha caído víctima de sus encantos seductores, poema que también es de sobra conocido:


Hombres necios que acusáis
Sor Juana Inés de la Cruz


Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si la incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco
el niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo,
y siente que no esté claro?

Con el favor y desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues como ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?

Mas, entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?

Pues ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.


Sor Juana Inés de la Cruz no sólo compuso poemas como el anterior relacionados con la cosa sentimental. También compuso con enorme dominio de las palabras disponibles en el castellano poemas como el siguiente que le dedica a una rosa:


Rosa divina que en gentil cultura
eres, con tu fragante sutileza,
magisterio purpúreo en la belleza,
enseñanza nevada a la hermosura;

amago de la humana arquitectura,
ejemplo de la vana gentileza,
en cuyo sér unió naturaleza
la cuna alegre y triste sepultura:

¡cuán altiva en tu pompa, presumida,
soberbia, el riesgo de morir desdeñas,
y luego desmayada y encogida

de tu caduco ser das mustias señas,
con que con docta muerte y necia vida,
viviendo engañas y muriendo enseñas.