En México es inolvidable la ocasión en la cual Vicente Fox como presidente de México, posiblemente en un afán de presumir aquello de lo que carecía, se refirió a Jorge Luis Borges como José Luis Borgues; esto es, equivocándose en el nombre de pila y pronunciando la “g” como se pronuncia en la palabra “amigo”, en lugar de pronunciarla como una “j”, esto es, como se pronuncia en la palabra “ángel”, o sea pronunciándolo como Borgues, y esto lo hizo ante el Rey Juan Carlos en un Congreso de la Lengua Española celebrado en Madrid en 2002. Posteriormente el mismo Vicente Fox le otorgó un Premio Nobel que hasta la fecha el ya difunto Borges no ha recibido, todo lo cual le propició a Vicente Fox un alud de críticas en las redes sociales en virtud de que se trataba de uno de los literatos más famosos del mundo de habla hispana y no de cualquier desconocido (y aunque se hubiera tratado de un desconocido, el apellido Borges es un apellido común que cualquier persona debería poder pronunciarlo correctamente, más tratándose del máximo Ejecutivo); quedando mal parado como un ranchero simplón e inculto de Guanajuato que llegó a la presidencia de México no por altos méritos personales sino por azares del destino aprovechándose de una época en la que el pueblo de México estaba más que ansioso de sacudirse y quitarse de encima un monolítico sistema unipartidista que bajo una falsa fachada de democracia se había entronizado en el poder por espacio de siete décadas instalando monarcas sexenales absolutos con facultades cuasi-imperiales. Lo menos que esto demuestra es que el tratar de presumir en actos solemnes de una cultura que no se tiene puede resultar contraproducente, y es mejor quedarse callado y dejar pensar que los demás crean que uno es un tonto, que abrir la boca y removerles la duda.
La mejor manera de honrar a un poeta es leyéndolo, y con esto en mente daremos lectura al siguiente poema de Jorge Luis Borges, cuya lectura por sí sola revela la temática de los versos.
Milonga del forastero
(De Historia de la noche, 1977)
La historia corre pareja
La historia siempre es igual;
La cuentan en Buenos Aires
Y en la campaña Oriental.
Siempre son dos los que tallan,
Un propio y un forastero;
Siempre es de tarde. En la tarde
Está naciendo el lucero.
Nunca se han visto la cara,
No se volverán a ver;
No se disputan haberes
Ni el favor de una mujer.
Al forastero le han dicho
Que en el pago hay un valiente.
Para probarlo ha venido
Y lo busca entre la gente.
Lo convida de buen modo
No alza la voz ni amenaza;
Se entienden y van saliendo
Para no ofender la casa.
Ya se cruzan los puñales,
Ya se enredó la madeja,
Ya quedó tendido un hombre
Que muere y que no se queja.
Sólo esa tarde se vieron.
No se volverán a ver;
No los movió la codicia
Ni el amor de una mujer.
No vale ser el más diestro,
No vale ser el más fuerte;
Siempre que muere es aquél
Que vino a buscar la muerte.
Para esa prueba vivieron
Toda su vida esos hombres;
Ya se han borrado las caras,
Ya se borrarán los nombres.
Al igual que su tocayo Jorge Manrique que tras la muerte de su padre escribió unas ya famosas coplas en Castellano un poco antigüo, Borges también se acordó de su padre elaborando la siguiente composición:
A mi padre
(De La Moneda de Hierro, 1976)
Tú quisiste morir enteramente.
La carne y la gran alma. Tú quisiste
Entrar en la otra sombra sin el triste
Gemido del medroso y del doliente.
Te hemos visto morir con el tranquilo
Ánimo de tu padre ante las balas.
La roja guerra no te dio sus alas,
La lenta parca fue cortando el hilo.
Te hemos visto morir sonriente y ciego.
Nada esperabas ver del otro lado,
Pero tu sombra acaso ha divisado
Los arquetipos que Platón el Griego
Soñó y que me explicabas. Nadie sabe
de que mañana el mármol es la llave.
En la obra literaria de Jorge Luis Borges se puede apreciar una fijación en los espejos, tema al que recurre con frecuencia, y en los cuales parece sentirse transportado hacia otro mundo, hacia otras dimensiones. Esto lo podemos ver en el primer poema con respecto al tema de los espejos que se muestra a continuación:
Al espejo
(De La rosa profunda, 1975)
¿Por qué persistes, incesante espejo?
¿Por qué duplicas, misterioso hermano,
el movimiento de mi mano?
¿Por qué en la sombra el súbito reflejo?
Eres el otro yo de que habla el griego
y acechas desde siempre. En la tersura
del agua incierta o del cristal que dura
me buscas y es inútil estar ciego.
El hecho de no verte y de saberte
te agrega horror, cosa de magia que osas
multiplicar la cifra de las cosas
que somos y que abarcan nuestra suerte.
Cuando esté muerto, copiarás a otro
y luego a otro, a otro, a otro, a otro…
Este es el siguiente poema de Borges que trata sobre el mismo tema:
El espejo
(De Historia de la noche, 1977)
Yo, de niño, temía que el espejo
Me mostrara otra cara o una ciega
Máscara impersonal que ocultaría
Algo sin duda atroz. Temí asimismo
Que el silencioso tiempo del espejo
Se desviara del curso cotidiano
De las horas del hombre y hospedara
En su vago confín imaginario
Seres y formas y colores nuevos.
(A nadie se lo dije; el niño es tímido.)
Yo temo ahora que el espejo encierre
El verdadero rostro de mi alma,
lastimada de sombras y de culpas,
El que Dios ve y acaso ven los hombres.
No es muy conocido el hecho de que Borges compuso un poema que tiene por título “México”. Este poema tal vez le interese a varios lectores porque no es fácil de encontrarlo con los motores de búsqueda de Internet usando como referentes las palabras Jorge Luis Borges y México, ya que si se hace tal cosa se arrojarán muchos resultados en los que en lugar de hacerse referencia a tal poema se hace referencia a una visita que Borges hizo a México o a homenajes que se le han hecho a Borges en México.
México
(De La moneda de hierro, 1976)
¡Cuántas cosas iguales! El jinete y el llano,
La tradición de espadas, la plata y la caoba,
El piadoso benjuí que sahúma la alcoba
Y ese latín venido a menos, el castellano.
¡Cuántas cosas distintas! Una mitología
De sangre que entretejen los hondos dioses muertos,
Los nopales que dan horror a los desiertos
Y el amor de una sombra que es anterior al día.
¡Cuántas cosas eternas!El patio que se llena
De lenta y leve luna que nadie ve, la ajada
Violeta entre las páginas de Nájera olvidada,
El golpe de la ola que regresa a la arena.
El hombre que en su lecho último se acomoda
Para esperar la muerte. Quiere tenerla, toda.