En el libro citado, hay un prólogo elaborado por el conocido académico Alberto Acereda de Radford University en el cual observa entre muchas otras cosas lo siguiente: “La poesía erótica de Rubén Darío es el resultado de su amor por la vida y por la mujer, de su visión amorosa ante el arte, la belleza y el ideal, pero, a la vez, es consecuencia de una vida llena de desencantos sentimentales y de ciertos episodios que marcan fatalmente a Darío. El Eros vital de Darío queda reflejado, en definitiva, en un Eros poético de indudable valor lírico que es testimonio de un dolor angustiado de corte existencial, todo él mezclado con lo órfico-pitagórico y lo oculto. De mujer en mujer, Rubén Darío Goza, sin duda, de lo físico, pero su búsqueda se encamina a la unión con lo espiritual. El acto sexual se convierte casi en un sacramento de comunión con la enigmática divinidad y la mujer es medio para llegar al conocimiento del misterio”.
Sin mayores preámbulos, se reproducirá a continuación un poema que no es fácil encontrar en Internet, porque si se usa el solo título del poema como criterio único para llevar a cabo la búsqueda se arrojarán muchos resultados en los que la palabra no se usa como título sino como parte integral dentro de frases de poemas, y se usa en forma repetida de modo intenso. Incluso si se le agregan las palabras Rubén Darío a la palabra “ella” será raro encontrar los sitios Web que albergan el poema en virtud de que la palabra “ella” es una de las más usadas en muchos lugares y muchos poemas.
Ella
¿La conocéis? Es flor encantadora
que baña el rayo del naciente día;
ella robó sus tintes a la aurora
y mi alma la viste de poesía.
Ella vive en mi mente solitaria,
la veo en las estrellas de la tarde.
Es el ángel que lleva mi plegaria
cuando el sol en ocaso apenas arde.
En los cálices blancos de las flores
su aliento perfumado yo respiro,
la veo del oriente en los albores,
y doquiera mirándola deliro.
¿La conocéis? Es vida de mi vida,
del corazón la fibra más sonora;
ella, el perfume de mi edad florida;
mi luz, mi porvenir, mi fe, mi aurora.
¡Qué no hiciera por ella! Yo la adoro,
como el lirio a la linfa cristalina;
es ella mi esperanza, ella mi lloro,
mi juventud y mi ilusión divina.
Guardo su amor como el ensueño santo
de mi enlutada solitaria vida,
y le consagro misterioso canto
cual triste endecha de ilusión perdida.
He aquí el siguiente poema de Rubén Darío, un poco más explícito pero dejando prudentemente casi todo a la imaginación del lector:
Amada, la noche llega
Amada, la noche llega,
las ramas que se columpian
hablan de las hojas secas
y de las flores difuntas.
Abre tus labios de ninfa,
dime en tu lengua de musa:
¿recuerdas la dulce historia
de las pasadas venturas?
¡Yo la recuerdo! La niña
de la cabellera bruna,
está en la cita temblando,
llena de amor y de angustia.
Los efluvios otoñales
van en el aura nocturna,
que hace estremecerse el nido
en que una tórtola arrulla.
Entre las ansias ardientes
y las caricias profundas,
ha sentido el galán celos
que el corazón le torturan.
Ella llora, él la maldice,
pero las bocas se juntan...
En tanto los aires vuelan
y los aromas ondulan,
se inclinan las ramas trémulas
y parece que murmuran
algo de las hojas secas
y de las flores difuntas.
El tercer poema de Rubén Darío que se reproduce aquí tomado del libro Poesía erótica tiene por título “Florentina”, aunque es encontrado también en varios textos impresos bajo el título “Sobre el diván”:
Florentina
Sobre el diván dejé la mandolina
y fui a besar la boca purpurina,
la boca de mi hermosa Florentina.
Y es ella dulce y rosa y muerde y besa;
y es una boca rosa, fresa;
y Amor no ha visto boca como ésa.
Sangre, rubí, coral, carmín, claveles,
hay en sus labios finos y crueles
pimientas fuertes, aromadas mieles.
Los dientes blancos riman como versos,
y saben esos finos dientes tersos
mordiscos caprichosos y perversos.
Dulce serpiente, suave y larga poma,
fruta viva y flexible, seda, aroma,
entre rosa y blancor, la lengua asoma.
La florentina es sabia, y ella dice
que en ella están Helena y Cloe y Nice,
y Safo y Clori y Galatea y Bice.
Su risa es risa de una lira loca:
en el teclado de sus dientes toca
Amor la sinfonía de su boca.
Y ese cáliz hallé de mieles lleno,
y él el placer y el mal puso en mi seno,
y en él bebí la sangre y el veneno.