lunes, 1 de abril de 2013

El bardo tapatío

Aunque no con la fama de Amado Nervo y de Sor Juana Inés de la Cruz, posiblemente uno de los mejores poetas que haya dado México es Enrique González Martínez, médico de profesión y apasionado poeta rebosante de inspiración.

Puesto que el mejor tributo que se le pueda rendir a cualquier hombre es recordándolo por sus buenas obras, sin entrar en mayores detalles plasmaremos en estas páginas algunas de las rimas con las cuales el bardo de la perla jalisciense inmortalizó su paso entre nosotros por este mundo.





El sembrador de estrellas

Y pasarás, y al verte se dirán: «¿Qué camino
va siguiendo el sonámbulo?….» Desatento al murmullo
irás, al aire suelta la túnica de lino,
la túnica albeante de desdén y de orgullo.

Irán acompañándote apenas unas pocas
almas hechas de ensueño. . . .Mas al fin de la selva,
al ver ante sus ojos el murallón de rocas,
dirán amedrentadas: «Esperemos que vuelva.»

Y treparás tú solo los agrietados senderos;
vendrá luego el fantástico desfile de paisajes,
y llegarás tú solo a descorrer celajes
allá donde las cumbres besan a los luceros.

Bajarás lentamente una noche de luna
enferma, de dolientes penumbras misteriosas,
sosteniendo tus manos y regando una a una,
con un gesto de dádiva, las lumínicas rosas.

Y mirarán absortos el claror de tus huellas,
y clamará la jerga de aquel montón humano:
«Es un ladrón de estrellas…» Y tu pródiga mano
seguirá por la vida desparramando estrellas…






La siguiente composición poética del bardo tapatío nos invita a buscar en todas las cosas su significado más profundo, ese significado que solo podemos comprender cuando verdaderamente nos entregamos a un remanso de paz espiritual y tranquilidad interna.




Busca en todas las cosas

Busca en todas las cosas un alma y un sentido
oculto; no te ciñas a la apariencia vana;
husmea, sigue el rastro de la verdad arcana,
escudriñante el ojo y aguzado el oído.

No seas como el necio, que al mirar la virgínea
imperfección del mármol que la arcilla aprisiona,
queda sordo a la entraña de la piedra, que entona
en recóndito ritmo la canción de la línea.

Ama todo lo grácil de la vida, la calma
de la flor que se mece, el color, el paisaje.
Ya sabrás poco a poco descifrar su lenguaje…
¡Oh divino coloquio de las cosas y el alma!

Hay en todos los seres una blanda sonrisa,
un dolor inefable o un misterio sombrío.
¿Sabes tú si son lágrimas las gotas de rocío?
¿Sabes tú qué secreto va contando la brisa?

Atan hebras sutiles a las cosas distantes;
al acento lejano corresponde otro acento.
¿Sabes tú donde lleva los suspiros el viento?
¿Sabes tú si son almas las estrellas errantes?

No desdeñes al pájaro de argentina garganta
que se queja en la tarde, que salmodia a la aurora.
Es un alma que canta y es un alma que llora…
¡Y sabrá por qué llora, y sabrá por qué canta!

Busca en todas las cosas el oculto sentido;
lo hallarás cuando logres comprender su lenguaje;
cuando sientas el alma colosal del paisaje
y los ayes lanzados por el árbol herido…




¿Quién no ha visto un atardecer hermoso que quisiera recordar por el resto de su vida? La siguiente composición nos invita a recordarlo, volviéndonos a revivir otras épocas, quizá de nuestra infancia, que hubiéramos querido que duraran para siempre.




¿Te acuerdas de la tarde?

¿Te acuerdas de la tarde en que vieron mis ojos
de la vida profunda el alma de cristal?…
Yo amaba solamente los crepúsculos rojos,
las nubes y los campos, la ribera y el mar…

Mis ojos eran hechos para formas sensibles;
me embriagaba la línea, adoraba el color;
apartaba mi espíritu de sueños imposibles,
desdeñaba las sombras enemigas del sol.

Del jardín me atraían el jazmín y la rosa
-la sangre de la rosa, la nieve del jazmín -
sin saber que a mi lado pasaba temblorosa,
hablándome en secreto, el alma del jardín.

Halagaban mi oído las voces de las aves,
la balada del viento, el canto del pastor,
y yo formaba coro con las notas suaves,
y enmudecían ellas y enmudecía yo…

Jamás seguir lograba el fugitivo rastro
de lo que ya no existe, de lo que ya se fue…
Al fenecer la nota, al apagarse el astro,
¡oh sombras, oh silencio, dormitabais también!

¿Te acuerdas de la tarde en que vieron mis ojos
de la vida profunda el alma de cristal?
Yo amaba solamente los crepúsculos rojos,
las nubes y los campos, la ribera y el mar…

Seguramente hay quienes encuentran en la vida a su alma gemela. Quizá pensando en ellos, el poeta eminente de Jalisco compuso la siguiente pieza:




A la que va conmigo

Iremos por la vida como dos pajarillos
que van en pos de rubias espigas, y hablaremos
de sutiles encantos y de goces supremos
con ingenuas palabras y diálogos sencillos.

Cambiaremos sonrisas con la hermana violeta
que atisba tras la verde y oscura celosía,
y aplaudiremos ambos la célica armonía
del amigo sinsonte que es músico y poeta.

Daremos a las nubes que circundan los flancos
de las altas montañas nuestro saludo atento,
y veremos cuál corren al impulso del viento
como un tropel medroso de corderillos blancos.

Oiremos cómo el bosque se puebla de rumores,
de misteriosos cantos y de voces extrañas;
y veremos cuál tejen las pacientes arañas
sus telas impalpables con los siete colores.

Iremos por la vida confundidos en ella,
sin nada que conturbe la silenciosa calma,
y el alma de las cosas será nuestra propia alma,
y nuestro propio salmo el salmo de la estrella.

Y un día, cuando el ojo penetrante e inquieto
sepa mirar muy hondo, y el anhelante oído
sepa escuchar las voces de los desconocido,
se abrirá a nuestras almas el profundo secreto.




He aquí otra breve composición del mismo autor:




Mi tristeza es como un rosal florido

Mi tristeza es como un rosal florido.
Si helado cierzo o ráfaga ardorosa
lo sacuden, el pétalo caído
se trueca en savia y se convierte en rosa…
Mi tristeza es como un rosal florido.

En mi dulce penumbra sin ruido,
la propia vida con mi llanto riego,
y las horas dolientes que he vivido
impregnan de perfumes mi sosiego…
Mi tristeza es como un rosal florido.

Tú que colgaste en mi dolor tu nido,
sabes que a cada mal brota una yema
y revienta un botón a cada olvido.
¡Perenne floración y eterno emblema!…




En esta pieza poética, su autor nos invita a buscar el lado alegre de las cosas, nos invita a buscar una sonrisa inclusive en los objetos inanimados, quizá como una forma de encontrar el rostro amable de la Creación que nos sonríe a todos aunque no nos demos cuenta de su sonrisa.




Cuando sepas hallar una sonrisa

Cuando sepas hallar una sonrisa
en la gota sutil que se rezuma
de las porosas piedras, en la bruma,
en el sol, en el ave y en la brisa;

cuando nada a tus ojos quede inerte,
ni informe, ni incoloro, ni lejano,
y penetres la vida y el arcano
del silencio, las sombras y la muerte;

cuando tiendas la vista a los diversos
rumbos del cosmos, y tu esfuerzo propio
sea como potente microscopio
que va hallando invisibles universos,

entonces en las flamas de la hoguera
de un amor infinito y sobrehumano,
como el santo de Asís, dirás hermano
al árbol, al celaje y a la fiera.

Sentirás en la inmensa muchedumbre
de seres y de cosas tu ser mismo;
serás todo pavor con el abismo
y serás todo orgullo con la cumbre.

Sacudirá tu amor el polvo infecto
que macula el blancor de la azucena,
bendecirás las márgenes de arena
y adorarás el vuelo del insecto;

y besarás el garfio del espino
y el sedeño ropaje de las dalias…
y quitarás piadoso tus sandalias
por no herir a las piedras del camino


La siguiente composición, llena de nostalgia y melancolía, nos lleva al encuentro de cosas a las que tarde o temprano tenemos que afrontar en nuestras vidas, y a las cuales debemos dar nuestro mejor semblante para no dejarnos llevar hacia una angustia inquietante.




Porque ya mis tristezas

Porque ya mis tristezas son como los matices
sombríos de los cuadros en que la luz fulgura;
porque ya paladeo la gota de la amargura
en el dorado néctar de las horas felices;

porque sé abandonarme, con la santa inconsciencia
de una tabla que flota, sobre el mar de la vida,
y aparté de mis labios la manzana prohibida
con que tentarme quiso el árbol de la ciencia;

porque supe vestirme con el albo ropaje
de mi niñez ingenua, aspirar el salvaje
aroma de los campos, embriagarme de sol,
y mirar como en antes el pájaro y la estrella
-el pájaro que un día me contó su querella;
la estrella que una noche conmigo sonrió-,

y porque ya me diste la calma indeficiente,
vida, y el don supremo de la sonrisa franca,
sobre la piedra blanca voy a posar mi frente
y marcaré este día con otra piedra blanca…




Proclive a la melancolía reflexiva como lo revela el poema anterior, el poeta de Jalisco nos dejó los siguientes versos que recogen la impresión que causaron en él dos hermanas a las que conoció hace ya algún tiempo:


Eran dos hermanas

Eran dos hermanas,
eran dos hermanas tristes
y pálidas.

Venía una de ellas
de tierras lejanas
trayendo en sus hombros un fardo
de nostalgias,
siempre pensativa,
callada,
con los ojos vueltos hacia el infinito,
los ojos azules de pupilas vagas
por los que en momentos hasta parecía
salírsele el alma...
La otra
hermana,
de labios marchitos,
de sonrisa amarga,
siempre muda,
siempre inmóvil, esperaba
yo no sé qué cosas de pasados tiempos,
memorias ausentes o dichas lejanas...
No se que tenía
su sonrisa...  Hablaba
de aquellos abismos de dolor inmenso
en que se han hundido unas cuantas almas.
Y cuando lloraba llanto silencioso
la primera hermana,
ella sonreía, ella sonreía
y callaba. . .
De aquellas sonrisas
y de aquellas lágrimas
yo nunca he podido saber cuáles eran
más amargas...

Eran dos hermanas,
eran dos hermanas tristes
y pálidas...




Cuando un amigo se va

Un poema muy hermoso compuesto como balada es el que se le atribuye tanto al argentino Facundo Cabral como al también argentino Alberto Cortez y a Ricardo Montaner, aunque la autoría original parece ser de Facundo Cabral, el cual compartió su tesoro con su coterráneo Alberto Cortez y los cuales lo compartieron ambos con el resto de nosotros para enriquecer nuestro tesoro espiritual.

El poema se titula Cuando un amigo se va, y la enorme ironía del título y de su contenido radica en el hecho de que tras el trágico asesinato en Guatemala del fecundo e inspirador Facundo Cabral, Alberto Cortez perdió a su mejor amigo y las rimas de la balada entraron en su corazón con una fuerza y una potencia que jamás se hubiera imaginado. Fue hasta entonces cuando Alberto Cortez comprendió plenamente en toda su profundidad el significado de la letra de la balada. Es una verdadera ironía del destino que a ellos les tocara experimentar en carne propia lo que describe el poema. Seguramente cuando alguno de nosotros pierde a un verdadero amigo, estará en condiciones de poder apreciar en toda su plenitud el mensaje de la balada. Vale la pena tener estos versos a la mano, porque seguramente algún día se podrán ofrecer para poder meditar y reflexionar sobre la pérdida irreparable que hace cierto el refrán “el que encuentra un amigo encuentra un tesoro”.




Cuando un amigo se va
Facundo Cabral


Cuando un amigo se va
queda un espacio vacío
que no lo puede llenar
la llegada de otro amigo.

Cuando un amigo se va
queda un tizón encendido
que no se puede apagar
ni con las aguas de un río.

Cuando un amigo se va
una estrella se ha perdido
la que ilumina el lugar
donde hay un niño dormido.

Cuando un amigo se va
se detienen los caminos
se empieza a revelar
el duende manso del vino.

Cuando un amigo se va
galopando su destino
empieza el alma a vibrar,
porque se llena de frío.

Cuando un amigo se va
queda un terreno baldío
que quiere el tiempo llenar
con las piedras del hastío.

Cuando un amigo se va
se queda un árbol caído
que ya no vuelve a brotar
porque el viento lo ha vencido.

Cuando un amigo se va
queda un espcio vacío
que no lo puede llenar
la llegada de otro amigo.



Para salir adelante

Unos versos para dar aliento a cualquiera en la lucha por la vida cuando se encuentran obstáculos que se antojan insuperables son los que forman parte del poema No claudiques de Rudyard Kipling que ya fueron reproducidos aquí en este rincón poético el viernes 5 de noviembre de 2010.

Otros breves versos con la misma intención son los que fueron compuestos por un poeta (no muy conocido como poeta) de nombre Manuel Sandoval, el cual por cierto ni siquiera era era un hombre dedicado a las letras, era un físico-matemático (al igual que yo). El soneto que será reproducido a continuación ha sido atribuído a personajes como Amado Nervo y al Padre Miguel Agustín Pro, aunque la autoría del mismo corresponde a Manuel Sandoval. Cuando sintamos nuestros ánimos decaer y las cosas parezcan salirse fuera de control, vale la pena recitar estos versos como si fuesen una pequeña oración, los cuales ayudarán a fortalecer el espíritu y renovar el ánimo de lucha.



Lucha y confía
Por: Manuel Sandoval

Lo que no logres hoy, quizás mañana
lo lograrás, no es tiempo todavía;
nunca en el breve término de un día
madura el fruto, ni la espiga grana.

No son jamás, en la labor humana,
vano el afán e inútil la porfía;
el que con fe y valor lucha y confía
los mayores obstáculos allana.

Trabaja y persevera, que en el mundo
nada existe rebelde, ni infecundo
para el poder de Dios y de la idea.

Hasta la estéril y deforme roca
es manantial cuando Moisés la toca
y estatua cuando Fidias la golpea.