sábado, 31 de enero de 2009

Manuel Acuña: Nocturno a Rosario

De Manuel Acuña ya apunté en la entrada correspondiente al 15 de enero de 2009 de esta bitácora un poema suyo titulado “Ante un cadáver”. Aquí hablaré sobre el último poema que escribió en vida, el cual fue publicado póstumamente.

En otros tiempos en los que no existían ni los videojuegos ni Internet ni los teléfonos celulares ni los chats por computadora ni las cámaras digitales ni los reproductores mp3 e inclusive ni siquiera la televisión y el radio, en la época romántica del México romántico del ayer en la que los intelectuales y los bohemios tenían mucho más tiempo en su soledad para la reflexión y la meditación, no era inusual que algún enamorado llegara a cometer una locura por causa de un amor no correspondido, y uno de los casos más sonados es el de Manuel Acuña, el cual habiéndose enamorado perdidamente de una mujer que terminó casándose con otro hombre y dándose cuenta de que su ilusión de amor jamás sería correspondida, terminó quitándose su propia vida, más no sin antes dejar testimonio de su quebranto en uno de los poemas más famosos de la literatura hispana. Este suicidio tal vez no sea comprendido en toda su extensión en los tiempos de hoy en los que cuando un hombre se quita su vida a causa de una mujer lo hace porque la encuentra acostada con su mejor amigo o porque simplemente ya no la aguanta, aunque a decir verdad en los tiempos de hoy ya casi nadie está dispuesto a suicidarse por una mujer por la razón que sea.

Hoy sabemos el nombre completo de la mujer a quien Manuel Acuña le dedicó la última obra de su vida. Se llamaba Rosario de la Peña. Y hoy ella estaría totalmente olvidada, de no ser por el hombre que la inmortalizó para la posteridad con una fuerza más grande que todo el dinero del mundo: el poder de su pluma creadora.





Nocturno a Rosario
Manuel Acuña

I

¡Pues bien! yo necesito
decirte que te adoro
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto
al grito que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión.

II

Yo quiero que tu sepas
que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido
de tanto no dormir;
que ya se han muerto todas
las esperanzas mías,
que están mis noches negras,
tan negras y sombrías,
que ya no sé ni dónde
se alzaba el porvenir.

III

De noche, cuando pongo
mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero
mi espíritu volver,
camino mucho, mucho,
y al fin de la jornada
las formas de mi madre
se pierden en la nada
y tú de nuevo vuelves
en mi alma a aparecer.

IV

Comprendo que tus besos
jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás,
y te amo y en mis locos
y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes,
adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.

V

A veces pienso en darte
mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos
y hundirte en mi pasión
mas si es en vano todo
y el alma no te olvida,
¿Qué quieres tú que yo haga,
pedazo de mi vida?
¿Qué quieres tu que yo haga
con este corazón?

VI

Y luego que ya estaba
concluído tu santuario,
tu lámpara encendida,
tu velo en el altar;
el sol de la mañana
detrás del campanario,
chispeando las antorchas,
humeando el incensario,
y abierta alla a lo lejos
la puerta del hogar...

VII

¡Qué hermoso hubiera sido
vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre
y amándonos los dos;
tú siempre enamorada,
yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma,
los dos un solo pecho,
y en medio de nosotros
mi madre como un Dios!

VIII

¡Figúrate qué hermosas
las horas de esa vida!
¡Qué dulce y bello el viaje
por una tierra así!
Y yo soñaba en eso,
mi santa prometida;
y al delirar en ello
con alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno
por tí, no mas por ti.

¡Bien sabe Dios que ese era
mi mas hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza,
mi dicha y mi placer;
bien sabe Dios que en nada
cifraba yo mi empeño,
sino en amarte mucho
bajo el hogar risueño
que me envolvió en sus besos
cuando me vio nacer!

IX

Esa era mi esperanza...
mas ya que a sus fulgores
se opone el hondo abismo
que existe entre los dos,
¡Adiós por la vez última,
amor de mis amores;
la luz de mis tinieblas,
la esencia de mis flores;
mi lira de poeta,
mi juventud, adiós!